Se movían sin saber entre las brisas, pensamientos compartidos y una esencia apenas dividida en apariencia, que tomaba la forma de cuerpos en movimiento, unos en el cielo, otros en la tierra, y otros en el mar. Dice “Los cuatro acuerdos” de aquel aspirante a Chamán: “Esto es lo que
descubrió: Todo lo que existe es una manifestación del ser viviente al que llamamos Dios. Todas las cosas son Dios” y sería a través de los ojos más atentos que la humanidad podría tomar de aquellos seres con los que comparte el mundo, sus mejores atributos para moldear su conciencia, su espíritu y su cuerpo.

Así abrimos y cerramos puertas en nuestra mente, nos sintonizamos con frecuencias de alta agilidad, fuerza, resistencia o a veces todas las anteriores al mismo tiempo. Si bien no poseemos la versatilidad del pulpo “mimo” o el camaleón, la astucia evolutiva de la mosca Syrphidae o la máscara de la polilla araña, tenemos el poder mental para invocar la fuerza del oso, la rapidez del guepardo o el apetito implacable del tiburón, porque siendo para nosotros esta una existencia mental, influye directamente sobre nuestro físico, el poder de aquella sustancia que no tiene
límite alguno.

Este es el poder de la visualización y la concentración. Desde los diferentes estilos en el kung fu hasta las construcciones totémicas, el bestiario medieval con los cuatro evangelistas portando también su encarnación animal, hasta piezas de joyería y otros accesorios que van más allá de la decoración, crear es para nosotros como dar un soplo al viento que vuelve huracanado para reestructurar nuestras vidas, activando con apenas unas palabras o unas líneas leídas, cualquier materia moldeada o cualquier serie de líneas unificadas, las cualidades y habilidades de aquel ser con el que nos queremos fusionar.

 

¿Por qué invocarlos? ¿Por qué llevar sus imágenes? ¿Por qué sintonizar su frecuencia? Simplemente porque están allí. Con ellos siempre hemos compartido la tierra. Están en nuestros sueños y nuestras pesadillas, de ellos hemos aprendido y seguimos aprendiendo, han estado siempre en nuestros estandartes, en los escudos familiares y han encarnado divinidades, se han convertido en símbolos, compartimos estructuras genéticas y por supuesto, estamos hechos de los mismos elementos. Por eso, la pregunta sería más bien ¿Por qué no aprovechar el potencial de nuestra mente? ¿Por qué no usar símbolos transformadores así fuese solo por unas horas al día? ¿Por qué no romper con la creencia de que no podemos ser más de lo que somos en apariencia? La oportunidad para experimentar está siempre y dejarla pasar seria el auténtico desperdicio de tiempo y energía

Por eso hazte con la imagen del tigre cuando tu objetivo demande exigencias superiores. Hazte
con la imagen del lobo para sentir lo que es cazar en manada, respetar jerarquizas y obtener lo que se busca a través de estrategia y análisis. Hazte con la imagen de la libélula para invocar la adaptabilidad y la luz propia, incrementada por medio del autoconocimiento. Lee, escucha y date la oportunidad de potenciar tu identidad o jugar con esta a través de los animales de poder y las múltiples formas que existen para llevar sus imágenes. Explota tu capacidad mental y abre siempre nuevos caminos.

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